Encontró su casa como
la había dejado hacía un par de meses atrás, sólo que con más polvo. En el
suelo, sobre los muebles, cubriendo una botella aquí y otra allá. Un pedazo de
sánguche verde. El cenicero con las tuquitas. Todo estaba en su lugar, pero el
polvo reinaba.
Debajo de sus zapatos
crujían también esquirlas invisibles de vidrio, de la noche que tirotearon el
frente de la casa. Contempló la ventana rota y el recuerdo se hizo tan presente
que pareció estar allí, hablándole, mostrándole la forma en que había sucedido.
Si, decía Hijitus; Así fue. Y le maravilló experimentar la misma sensación de
entonces, cuando concluyó que Oaky debió haberlo traicionado.
Se paró en medio de
la sala y observó a su alrededor, como si el lugar intentara decirle algo.
Goldsilver, Goldsilver, repetía en voz baja. ¿Cómo es que en todo ese tiempo nadie
había ido a buscarlo? Oaky sabía lo de Mosconi. Tenía que saberlo. No era
boludo. Un día aparece Hijitus preguntando por Mosconi, y después Mosconi está
muerto. Luego todos los agentes a su cargo. Y después, policías de distintas
jurisdicciones. Hasta un mocoso de preescolar podía relacionar los hechos y
llegar a las mismas conclusiones, sobre todo considerando que ocurrieron
mientras Hijitus estaba desaparecido y sin su perro.
Entonces, si Oaky
sabía lo de Mosconi, ¿por qué nunca habían ido a buscarlo? La respuesta era
sencilla: Oaky no se lo contó a nadie.
Tenía que ir a verlo.
Necesitaba entender por qué Oaky había rehusado destruirlo. Y sobre todo,
necesitaba saber quién le había avisado sus planes a Mosconi, quién era el
verdadero traidor.
Se dio una ducha.
Amaba esas duchas. Esas duchas largas e hirvientes. Purgaban su piel. Arreciaban
su alma. Se afeitó. Antes de vestirse se masturbó evocando el perfume de la
vecinita de enfrente, jurándose a sí mismo que aquella sería la última vez.
Luego buscó el sombrero en el placard y lo tuvo en sus manos un rato, como si
se tratara de su propia vida, antes de decidirse a atravesarlo. También se dijo
que aquella sería última vez.
Cruzó la ciudad por
el aire, de sur a norte, en poco más de diez minutos. Finalmente llegó al
enorme edificio que presidía la firma GS Abogados. En el piso más alto se
hallaba la oficina de Oaky. Voló hasta una de sus enormes ventanas y,
procurando no ser visto, observó el movimiento en el interior.
Oaky estaba jugando
videojuegos en una pantalla empotrada sobre una de las paredes. Se lo veía
entusiasmado disparando a unos zombies que le salían al paso desde todas partes,
y sólo se detuvo dos veces, en un lapso de media hora, cuando una chica le
acercó unas carpetas con papeles. En ambas oportunidades los estudió
rápidamente y después de darle algunas indicaciones a su empleada volvió al
juego.
La chica lucía como
una conejita de Playboy, pero no parecía que esto a Oaky le importara
demasiado. En ningún momento le miró el culo, que estallaba debajo de una
pollera negra y corta muy ajustada, ni tampoco bromeó con ella de ninguna
forma. Cuando la chica salió de la oficina la segunda vez, Hijitus golpeó
suavemente la ventana. Oaky, sobresaltado, se volvió en su dirección. Quedó con
la boca abierta al ver a Hijitus flotando ahí afuera.
Abrió la ventana y lo
invitó a pasar. Adentro el ambiente era mucho más confortable que afuera; Al
menos no corrían vientos de noventa kilómetros por hora.
-Qué sorpresa,
Hijitus. ¿Qué te trae por acá?- La voz le temblaba un poco.
Hijitus se paseó
despreocupadamente por la oficina. Fue hasta el escritorio y comenzó a tomar
las cosas que había sobre él, como si le pertenecieran, sólo para
inspeccionarlas con distraída curiosidad. Un posavasos, una calculadora, un
hermoso encendedor con la bandera de Alemania.
-¿Estuviste en
Alemania?
Oaky pareció confundido.
-Si, por trabajo.
-Qué lindo trabajo
debés tener.
-No me quejo.
Hijitus dejó escapar
una risita infantil. Luego caminó hasta el televisor, donde un zombie horrible
que se abalanzaba desde la pantalla había quedado inmóvil, en estado de pausa.
-¿Es divertida esta
mierda?- Preguntó, señalándolo.
-No sé.- Dijo Oaky,
levantando los hombros. -Pero es adictiva.
-Sí, te entiendo.
Como matar policías.
Oaky abrió bien
grande los ojos.
-Oíme, Hijitus. Yo no
le dije nada a nadie.
-Ya lo sé, Oaky. Ya
lo sé. ¿Puedo sentarme un momento?
Oaky asintió moviendo
la cabeza, e Hijitus se sentó en el sillón frente a la pantalla.
-¿Por qué no le
dijiste a nadie?
Oaky había quedado
parado detrás.
-Porque no soy un
vigilante. Tengo códigos, aunque no parezca.
-Sin embargo Mosconi
sabía que yo iba a ir a buscarlo. Intentó persuadirme reventando el frente de
mi casa.
-Yo no tuve nada que
ver, Hijitus; Te lo juro.
-¿Tenés idea quién
pudo haber sido?
Entonces Oaky se
quedó en silencio. Hijitus giró sobre su espalda, sin levantarse del sillón, y
lo miró. Vio las gotas de sudor rodando por su rostro, más pálido que uno de
esos zombies.
-¿Sabés quién fue,
Oaky?
Oaky movió los ojos
para los costados.
-No entiendo- Dijo.
Hijitus se puso de
pie.
-¿Qué cosa no
entendés?
-Es decir, ¿cómo
podría saberlo yo?
Hijitus caminó unos
pasos hacia él, sin quitarle la vista de encima.
-No te hagas el
boludo conmigo.
-No me estoy haciendo
el boludo, Hijitus. En verdad no tengo por qué saberlo. Esa guerra no fue mía.
Vos me buscaste y yo decidí no meterme. Elegí no hablar en ese momento, ¿por
qué elegiría callarme ahora? No tengo a nadie a quien encubrir.
-No juegues conmigo.
Hijitus estaba a unos
pocos centímetros de Oaky, que permanecía paralizado en medio de la oficina.
-No estoy jugando,
Hijitus. Además ¿no es evidente?
-¿Qué cosa?
-Quién fue. No
entiendo por qué me lo tenés que preguntar a mí.
Hijitus se detuvo.
-De qué mierda estás
hablando.
-De que fuiste vos,
Hijitus. Vos le avisaste tus planes a Mosconi. La primera vez que fuiste a
verlo.
Los ojos de Hijitus
se encendieron.
-Qué carajos estás
diciendo.
-Que sos un boludo.
Vos mismo arruinaste todo, como lo hiciste durante toda tu vida. Es increíble
que no puedas verlo. No tendrías que haber hablado con Mosconi. No se negocia
con el enemigo. Lo pusiste sobre aviso y el tipo se defendió atacando. ¿Tan
boludo sos, Hijitus?
Hijitus saltó de
pronto sobre Oaky y lo tomó del cuello. En menos de un segundo salieron volando
destrozando la ventana. Oaky intentó, desesperado, aferrarse a los hombros y
brazos de Hijitus. Pendiendo sobre treinta pisos en caída libre. Sintió que se le desprendían los botones de la camisa, pero
no gritó.
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